Pier y yo

A mi vieja le gustan mucho los perros. De chico teníamos un terrier, se llamaba Pier, y ella tenía la costumbre de tratarlo como si fuera de la familia. Yo llegaba a casa y ella me decía “saludá a tu hermano gris” y yo “hola Pier” y él nada. Mamá nos quería por igual, así que con el tiempo como que empezamos a competir. Por ejemplo, yo tardaba más cuando me tiraba el palito, y me cansaba más rápido también. Yo era más educado en la mesa, pero Pier era más agradecido (se conformaba con cualquier cosa el muy obsecuente). Con los cuetes en las fiestas, los dos nos asustábamos por igual. Yo a mamá le hacía mejores regalos en su cumpleaños, pero Pier era más cariñoso. Yo era mejor en matemática, pero ella decía que la comparación era injusta porque Pier nunca había ido al colegio. Pier consiguió novia antes que yo, concretó antes también. Pier tuvo un hijo, meó un árbol y se comió un libro.

Un día conseguí trabajo y me fui de casa. Volví para año nuevo, llevé un vino y les conté de mis logros. Todos parecían bastante impresionados, Pier también. Es como si el tiempo nos hubiese reconciliado. Cada uno, a su tiempo, había madurado. Eso sí, cuando dieron las doce y afuera empezaron con los cuetes, corrimos juntos a escondernos bajo la cama.

~ por nacho en junio 26, 2012.

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