De Baltimore al Docke

The Wire es una serie de HBO que, pese a ganar un montón de premios, acá no fue tan popular. Y eso que tuvo tiempo: cinco temporadas, entre 2002 y 2008. Como toda buena serie, tiene un gran tratamiento de personajes, que son muy humanos, atravesados por conflictos, pasiones, mañas, etcétera, y eso permite que la trama se sostenga en función de ellos, como pasaba también con Lost: gracias a ciertas pinceladas dentro de la trama uno los conoce y sabe cómo van a reaccionar ante esto o aquello, y eso le agrega un valor a la historia.

The Wire tiene cinco temporadas organizadas por ejes temáticos y espaciales: en la primera el tema es la droga y el escenario son los suburbios; en la segunda, el contrabando, sindicalismo y política, y se juega en el puerto; la tercera confronta la policía con, una vez más, la política; en la cuarta se habla del sistema educativo; y en la última se pone el énfasis en los medios de comunicación. Toda la historia se ubica en la zona oeste de Baltimore, Maryland, un suburbio salpicado de monoblocks, miseria, venta de drogas, policía ineficaz o corrupta, justicia cómplice, y en ambos bandos de la historia hay engranajes muy fuertes, aceitados con la costumbre y el paso del tiempo. Pronto se borronean los límites y policías y delincuentes se confunden, uno no sabe dónde está realmente la marginalidad, quién es el bueno, por quién hay que hinchar. Eso incomoda un poco, pero a la larga reconforta: es más real, y si bien las ficciones no tienen por qué ser espejos de nada, las comparaciones con cualquier urbanismo moderno son inevitables.

Al principio, si bien tenía sus particularidades, me hacía pensar en general en Buenos Aires, pero después me acordé de otra ficción, local esta vez, que hace unos años también me había causado mucha impresión: Okupas. Por causar impresión quiero decir que son esas series con las que te quedás enganchado una vez que terminan, como si los personajes siguieran viviendo más allá de la pantalla. La miniserie de Bruno Stagnaro compartía muchas características, desde el enfoque hacia la marginalidad hasta la construcción de los personajes, y hasta los viejos edificios de West Baltimore se parecían al complejo de Dock Sud donde Ricardo casi pierde la virginidad y mucho más. Las dos series tienen su ‘malo’ querible: el Negro Pablo de The Wire es Omar Little, un Robin Hood negro y homosexual que roba sólo a traficantes, que pese a todo mantiene su código y que está al margen de todo. En ambos casos, también, pasa la historia y queda la sensación de que no ganó nadie, de que es todo una mierda, de que ya perdieron desde antes, de que desde el momento en que se planteó la primera escena ya estaban todos perdidos. Y a diferencia de una película o serie demasiado digerida, acá nada termina bien, y por suerte uno queda bastante intranquilo.

~ por nacho en abril 10, 2012.

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